Escucho las palabras de Nidia Garrido al oído. Si la poesía puede brotar sorpresivamente en todas partes rompiendo con su excepción una tela cotidiana, dejando que una aparición nos conmueva, la voz poética de Nidia nace dejándonos escuchar a la amante en la intimidad que dice, en voz muy baja, un secreto intenso, profundo. Surge en la vibración de un deseo que se vuelve aliento y en su aire se vuelve tacto que acaricia el rostro amado. Tacto danzante que nos lleva a seguir su paso.

En su horizonte más amplio, encontramos mitologías clásicas y mitologías nuevas, rituales órficos, la vida externa como un ajedrez tántrico, es decir, que nos regresa a lo íntimo trascendente.
La imaginación épica filial, las heroínas y los héroes contemporáneos, fábulas, diluvios, prehistorias, selvas, caballería, desembocan anímicamente en una teoría fascinante de la evolución como el hueco que abre un pájaro en nuestro corazón.
Todo se transforma en “te deseo”: el tiempo y sus andares a ritmos diversos, la memoria que es todo y es nada, los sabores más fugaces que en el amor se vuelven permanentes, la piel que aprisiona, las amenazas del olvido, los olores, los fantasmas, las ausencias penetrantes, los lenguajes secretos y descifrados, las despedidas, convergencias y divergencias, venenos y antídotos, frotaciones y confrontaciones, goces y tormentos puntuales, sed infinita, besos como mentiras, sabores dolorosos como palabras de desaliento, preguntas incesantes desbocadas tras ese deseo que Nidia define con enorme originalidad en uno de sus aspectos como “un amor convexo”.
Su aliento escuchado al oído, incesantemente, nos corta el aliento. Pero lo hace al ritmo del corazón, acelerando la cercanía. Nos vuelve sus lectores anhelantes.
Alberto Ruy Sánchez